Ferdydurke, de Witold Gombrowicz, es una novela absurda, irreverente y erótica, y se caracteriza a grandes rasgos por el problema de la identidad y el de la forma. Es, en un primer nivel, una fantasía derivada de los tortuosos años escolares de Gombrowicz. En cierto sentido, funciona como una anti-bildungsroman en la que Pepe, un hombre de 30 años, es obligado a regresar a la escuela tras escribir el manuscrito de un libro —intentan forzarlo a ser un joven, a eliminar el “amaneramiento, la pose” que lo empuja a pretender que es un adulto.

 

«El idiótico e infantil cuculato me paralizaba, quitándome toda posibilidad de resistencia; trotando al lado del coloso que avanzaba a pasos gigantescos, no podía hacer nada a cause de mi cuculeíto. ¡Adiós, espíritu mío; adiós, obra, adiós mi forma verdadera y auténtica, ven, ven en forma terrible, infantil, verde y grotesca! Cruelmente achicado, troto al lado del Maestro enorme que murmura:
—Ti, ti, gallinita… Naricita mocosa… Me gusta, e, e, e… Hombrecito peque… pequeñito… pequeñuelo… e, chico, ti, ti, cucucu, cuculi, cuculucho.»

 

Pepe pasa del colegio —en el que se debate a los puños la inocencia— a la casa de los Juventones, una familia a la que el Maestro confía la labor de transformar al impostor en un joven de nuevo. El plan, al poco tiempo, se revela: los Juventones tienen una hija, Zutka, de la que Pepe se enamora.

 

«Comprendí en seguida que era un fenómeno muy poderoso, más poderoso quizás que Pimko y tan absoluto como él en su género. (…) Era igual a él, pero más fuerte, del mismo tipo pero más intensa, la perfecta colegiala en su aire colegial, perfectamente moderna en su modernismo. Y doblemente joven —una vez por la edad y otra vez por su modernismo—; era eso, juventud por juventud. Me asusté, pues, enfrentándome con algo más fuerte que yo.»

 

La novela galopa febril entre el absurdo y el surrealismo, al mismo tiempo que una sub-trama comienza a aparecer: nuestro personaje busca, todo el tiempo, algo que se le escapa de entre las manos.

 

«De nuevo… de nuevo reanudaba la conversación, trataba de entrar en confianza, hacerlo hablar, lograr la amistad, pero las palabras, todavía en los labios, degeneraban en un idilio sentimental y absurdo. El peón contestaba, como podía, pero era evidente que todo eso comenzaba a aburrirlo y no concebía qué quería de él el señorito chiflado. Polilla se metió por fin en la barata verbosidad de la Revolución Francesa, explicaba que todos los hombres eran iguales y bajo este pretexto exigía que el peón le diera su mano. Pero éste se negó terminantemente»

 

Ferdydurke puede leerse como una lucha violenta y demoledora contra la cultura pero, también,  como el intento del autor por mantenerse indemne ante las poéticas e ideologías dominantes, batalla en la que la victoria significa salvar el alma misma.

Cansado, tal vez, de los errores en la interpretación de sus libros, el polaco se asumió como heredero de su propia exégesis —“(Gombrowicz) pretendía establecer por su cuenta el canon interpretativo de sus obras”, escribe Bozena Zaboklicka en el prólogo de sus Diarios (escrito entre 1953 y 1969). Así, utiliza éste, así como los prólogos de sus textos, para explicar cómo debían ser interpretados sus libros.

El Ferdydurke contiene así las aclaraciones del autor, entre las que destacan su objetivo (“Ferdydurke plantea esta pregunta: ¿no veis que vuestra madurez exterior es una ficción y que todo lo que podéis expresar no corresponde a vuestra realidad íntima?”), el rol de la cultura (“infantiliza al hombre porque ella tiende a desarrollarse mecánicamente”), así como la búsqueda de cierta autonomía (“En vez de esconder mi insuficiencia cultural, (…) los desnudé con toda crudeza y además demostré mi propia in-conformidad con la forma de la obra: el lector puede ver cómo me enloquece la tiranía de las formas idiomáticas, el mecanismo del estilo, etc.”).

Acaso sea en esta última idea donde encontramos los atributos más interesantes de la obra de Gombrowicz: la libertad –y su relación con la identidad– son una suerte de leitmotiv que encontramos tanto en Ferdydurke como en otras de sus obras, “el yo que se busca y se afirma afrontando una serie de sistemas” o formas.

De esta manera, todo lo que Gombrowicz escribió podría leerse como un acto de rebelión y, por ende, como una autoafirmación, un campo de batalla en el que el individuo se mantiene en tensión constante entre lo que se espera de él y su propia naturaleza inacabada –en su prólogo a Pornografía, Gombrowicz escribe: “(en el libro) se revela otra mira del hombre; más secreta, indudablemente; ilegal, en cierto modo; su necesidad de lo No-Realizado, de la Imperfección, de la Inferioridad, de la Juventud”.

FERDYDURKE de Witold Gombrowicz

FERDYDURKE de Witold Gombrowicz
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Ferdydurke, de Witold Gombrowicz, es una novela absurda, irreverente y erótica, y se caracteriza a grandes rasgos por el problema de la identidad y el de la forma. Es, en un primer nivel, una fantasía derivada de los tortuosos años escolares de Gombrowicz. En cierto sentido, funciona como una anti-bildungsroman en la que Pepe, un hombre de 30 años, es obligado a regresar a la escuela tras escribir el manuscrito de un libro —intentan forzarlo a ser un joven, a eliminar el “amaneramiento, la pose” que lo empuja a pretender que es un adulto.

 

«El idiótico e infantil cuculato me paralizaba, quitándome toda posibilidad de resistencia; trotando al lado del coloso que avanzaba a pasos gigantescos, no podía hacer nada a cause de mi cuculeíto. ¡Adiós, espíritu mío; adiós, obra, adiós mi forma verdadera y auténtica, ven, ven en forma terrible, infantil, verde y grotesca! Cruelmente achicado, troto al lado del Maestro enorme que murmura:
—Ti, ti, gallinita… Naricita mocosa… Me gusta, e, e, e… Hombrecito peque… pequeñito… pequeñuelo… e, chico, ti, ti, cucucu, cuculi, cuculucho.»

 

Pepe pasa del colegio —en el que se debate a los puños la inocencia— a la casa de los Juventones, una familia a la que el Maestro confía la labor de transformar al impostor en un joven de nuevo. El plan, al poco tiempo, se revela: los Juventones tienen una hija, Zutka, de la que Pepe se enamora.

 

«Comprendí en seguida que era un fenómeno muy poderoso, más poderoso quizás que Pimko y tan absoluto como él en su género. (…) Era igual a él, pero más fuerte, del mismo tipo pero más intensa, la perfecta colegiala en su aire colegial, perfectamente moderna en su modernismo. Y doblemente joven —una vez por la edad y otra vez por su modernismo—; era eso, juventud por juventud. Me asusté, pues, enfrentándome con algo más fuerte que yo.»

 

La novela galopa febril entre el absurdo y el surrealismo, al mismo tiempo que una sub-trama comienza a aparecer: nuestro personaje busca, todo el tiempo, algo que se le escapa de entre las manos.

 

«De nuevo… de nuevo reanudaba la conversación, trataba de entrar en confianza, hacerlo hablar, lograr la amistad, pero las palabras, todavía en los labios, degeneraban en un idilio sentimental y absurdo. El peón contestaba, como podía, pero era evidente que todo eso comenzaba a aburrirlo y no concebía qué quería de él el señorito chiflado. Polilla se metió por fin en la barata verbosidad de la Revolución Francesa, explicaba que todos los hombres eran iguales y bajo este pretexto exigía que el peón le diera su mano. Pero éste se negó terminantemente»

 

Ferdydurke puede leerse como una lucha violenta y demoledora contra la cultura pero, también,  como el intento del autor por mantenerse indemne ante las poéticas e ideologías dominantes, batalla en la que la victoria significa salvar el alma misma.

Cansado, tal vez, de los errores en la interpretación de sus libros, el polaco se asumió como heredero de su propia exégesis —“(Gombrowicz) pretendía establecer por su cuenta el canon interpretativo de sus obras”, escribe Bozena Zaboklicka en el prólogo de sus Diarios (escrito entre 1953 y 1969). Así, utiliza éste, así como los prólogos de sus textos, para explicar cómo debían ser interpretados sus libros.

El Ferdydurke contiene así las aclaraciones del autor, entre las que destacan su objetivo (“Ferdydurke plantea esta pregunta: ¿no veis que vuestra madurez exterior es una ficción y que todo lo que podéis expresar no corresponde a vuestra realidad íntima?”), el rol de la cultura (“infantiliza al hombre porque ella tiende a desarrollarse mecánicamente”), así como la búsqueda de cierta autonomía (“En vez de esconder mi insuficiencia cultural, (…) los desnudé con toda crudeza y además demostré mi propia in-conformidad con la forma de la obra: el lector puede ver cómo me enloquece la tiranía de las formas idiomáticas, el mecanismo del estilo, etc.”).

Acaso sea en esta última idea donde encontramos los atributos más interesantes de la obra de Gombrowicz: la libertad –y su relación con la identidad– son una suerte de leitmotiv que encontramos tanto en Ferdydurke como en otras de sus obras, “el yo que se busca y se afirma afrontando una serie de sistemas” o formas.

De esta manera, todo lo que Gombrowicz escribió podría leerse como un acto de rebelión y, por ende, como una autoafirmación, un campo de batalla en el que el individuo se mantiene en tensión constante entre lo que se espera de él y su propia naturaleza inacabada –en su prólogo a Pornografía, Gombrowicz escribe: “(en el libro) se revela otra mira del hombre; más secreta, indudablemente; ilegal, en cierto modo; su necesidad de lo No-Realizado, de la Imperfección, de la Inferioridad, de la Juventud”.